viernes, 6 de agosto de 2010

El papel de la mujer en la sociedad caquetía

Petroglifo Cueva Chipare. Edo. Falcón. Fotogr. Camilo Morón
Un tema para compartir....
La iero (mujer) en la sociedad prehispánica de la región coriana
Lic. Ana María Montero N. Esp/MSc.
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Introducción:

En casi toda sociedad humana, con muy pocas excepciones, el aporte de la mujer ha sido condicionado fundamentalmente a dos valores: una por su condición gestora, luego, por su desempeño, a las actividades de supervivencia como cuidadora de las crías. Ello ha implicado el desarrollo de actividades agrícolas y trabajos manuales en función de la preparación y conservación de alimentos, así como de otros bienes para la protección familiar tales como la elaboración de textiles, cestería o cerámica, trabajo vital para todas las culturas, aun cuando se ha minimizado en el tiempo, hasta en la actualidad.
De este esquema general de organización humana no escapó la sociedad cacical caquetía y de otras etnias desarrolladas en la región centro occidental de Venezuela, donde el papel de la mujer fue secundario y determinado por la jerarquía tribal para asegurar el vasallaje y dominio de otros grupos cacicales ubicados en la región que hoy ocupa el estado Falcón, Venezuela. En el caso que nos ocupa, nos aproximaremos a esta cultura, a través de los objetos cerámicos que se encuentran en el Museo de Cerámica Histórica y Loza Popular de la Universidad Francisco de Miranda (UNEFM), de las representaciones en petroglifos ubicados en algunos municipios de la entidad muy particulares, y de las narraciones de los cronistas que abordaron ciertos aspectos conductuales de la sociedades caquetía, jirahara, ayamán y otras etnias aborígenes locales, que dan luces sobre el tema.

Mujer y divinidad.
Empezamos a reconocer la presencia de la mujer en estas tierras a través de las figuras que han quedado impresas en las decenas de petroglifos que se localizan en su territorio falconiano. Acaso uno de los más significativos sea el encontrado en la cueva de Chipare, municipio Colina, donde se representa lo que parece ser el parto de una mujer en cuclillas (posición semi sentada), una forma parto que muy utilizada por los aborígenes que fue narrada por los cronistas, y en este caso especial, el referido parece un parto de mellizos. Las figuras, un tanto afectadas por la acción vandálica de algunos visitantes, permite apreciar claramente el sexo femenino, usualmente representado por un triángulo invertido. También se aprecian los adornos que posee la figura en el cuerpo, cuyas significaciones pueden ser múltiples al punto de inferir la realización en dicha cueva de ritos mágico-religiosos para procurar la fertilidad,
La magia que trasciende en estas creencias dio paso para que en algunas tribus, como los Axaguas, el papel de la mujer llegara a niveles del sacrificio, siendo requerida su vida, en especial de jóvenes doncellas y vírgenes, que fueran “las más hermosas y mejor gestadas” según Oviedo y Valdés citado por Arcaya (1955) para aplacar los dioses cuando algún desastre meteorológico afectaba la localidad. No hay referencias de sacrificios humanos en las otras organizaciones tribales asentadas en la región. Pero en tal caso, el papel de la mujer en el terreno religioso o mítico ocupaba un lugar especial en estas sociedades primigenias.
Otra representación llamativa es la figura en la cual se encuentra simbolizadas las piernas separadas dando forma a un sexo femenino lo cual podría significar la trascendencia de este órgano a través del cual se origina y fluye la vida humana. Así como estas, otras figuras hacen representar a la mujer infiriendo que esa condición le debió permitir un papel importante en un tiempo, pero que luego debió marcar la diferencia al procederse a la distribución de las actividades en la medida que estas sociedades fueron avanzando pues, de acuerdo a teóricos marxistas, la mujer se fue constituyendo en el centro de reproducción humana para la guerra, la caza y para desempeñar las actividades domésticas y agrícolas, así como también como reproductora de la sociedad, pues como criadora, le correspondió formar e instruir oralmente en la cultura a los hijos, con el fin de incorporarlos a la vida activa que daba forma a dicha organización social.

Mujer y cotidianidad.
Tomando en consideración a Iraida Vargas quien plantea la concepción de la alfarería como un proceso de trabajo a través del cual se pueden inferir las relaciones de sociales con el objeto de trabajo y el grupo, lo cual se manifiesta a través de códigos comunicacionales que les brindan elementos para la integración, haciendo factible determinar las relaciones sociales entre los individuos. En el caso de estudio, se puede apreciar

“….en especial el papel jugado por las mujeres tribales quienes fueron las encargadas de realizar esa artesanía, destacando, así mismo cómo estudiando los códigos comunicacionales que en ella se expresan mediante un análisis iconográfico, podemos acercarnos a los conocimientos y saberes que tenía la sociedad a la cual pertenecían esas mujeres.” (2007)

Esta circunstancia, sostiene la autora, hace que la mujer se convierta en creadora de instrumentos y medios para el cumplimiento de sus funciones, permitiéndole

“reproducir ideológicamente la sociedad, mediante la elaboración de figurinas, idolillos y otras representaciones de deidades ligadas a la cosmogonía. La decoración de los recipientes, por su parte, hizo posible que las mujeres no solamente embellecieran sus superficies, sino que –fundamentalmente—pudieran representar códigos simbólicos … La alfarería constituyó … un campo donde las artesanas prehispánicas conjugaron distintos saberes: los referidos a su conocimiento del medio ambiente, combinados con modelos estéticos y representaciones ideológicas –manifestando- sus conocimientos sobre elementos naturales, como son los diversos tipos de arcillas, de antiplásticos y de pigmentos existentes en sus entornos, y dominaron un conocimiento especializado sobre los procesos físico químicos que debían llevar a cabo a fin de lograr la transformación de una materia plástica en otra dura, rígida e impermeable.
Para lograr los modelos estéticos, las alfareras manejaron determinadas nociones sobre volúmenes, siluetas, simetrías, contornos, equilibrio y colores, así como sobre las técnicas, plásticas o pictóricas, necesarias para embellecer las superficies de los recipientes, incluyendo un variado repertorio de instrumentos para realizarlas” (Vargas, 2007)

La cerámica elaborada, en el caso específico, por la “Iero” (mujer en Caquetío según Galeotto Cey) se caracterizó por ser un utillaje destinado a la conservación y servicio de los alimentos, para usos ceremoniales y también objetos para el adorno personal que se aprecian por su decorado plástico o pictórico. La finura del trabajo alfarero: grueso y burdo para la cotidianidad y fino y ricamente decorado para el servicio de alimentos y el uso ceremonial, son informantes de la alta sensibilidad para el ejercicio de una labor de primer orden. Igualmente destaca ese cuidado en la elaboración de objetos de uso en los detalles y labores desarrolladas para el acicalamiento personal, tales como collares, cinturones o pulseras de cuentas cerámicas en formas de disco, tubulares o redondas y el de piedras o huesos pulidos.
Integrante de un grupo social que ha sido reconocido como uno de los más avanzados del territorio que hoy ocupa Venezuela, El caso de los caquetíos destaca ya que fue una sociedad sedentaria, agricultora y pescadora, residente de la zona baja de los territorios que hoy ocupa Falcón, parte de Lara y que al parecer se extendía al sur hasta territorios de la actual República Colombiana. También las islas neerlandesas Aruba, Curazao y Bonaire fueron asiento de este grupo étnico.

La “Iero” caquetía y su sociedad.
Una de las características de esta agrupación tribal, vinculada lingüísticamente a la familia Arawak, fue el desarrollo de un incipiente sistema de regadío que le permitió sembrar y obtener excedentes como para intercambiar con las tribus vecinas y ofrecerles productos claves como la sal y sus objetos cerámicos. Para el logro de este objetivo comercial, establecieron pactos de convivencia donde la mujer, en especial la perteneciente a las jerarquías de las tribus, entraba a formar parte como elemento sellador, vía alianzas matrimoniales, de los mismos. La práctica de la poligamia fue común en los grupos caquetíos como en las otras etnias que poblaron la zona, ante lo cual, desarrollar convenios que implicaban el intercambio de mujeres bajo esa figura no era imposible. Los relatos dejados por los viajeros europeos a inicios de la conquista, indican además la presencia de una mujer principal en el caso de los caquetíos, determinada por su origen jerárquico. Se estima que este fue el mecanismo que mejor empleó el Diao Manaure, como denominaban al Cacique, para evitar ataques de las tribus como las belicosas JIraharas de la sierra y aún de otras caquetías, bien aceptando esposas u otorgando sus hijas en pacto a otros caciques de la región, para así alcanzar y mantener un desarrollo agrícola y un nivel de bienestar de su gente, admirado por los hispanos.

Este hecho determina que en la crianza de las niñas, la sociedad caquetía establecería unas pautas para garantizar el papel que debían jugar una vez llegada a la edad reproductiva. Refieren Oviedo y Valdés y Galeotto Cey citado el primero por Arcaya (1953) y el segundo por Lovera (1995) que las mujeres, al igual que los hombres andaban semidesnudos, portando ellas, una especie de “braga” o tela de algodón teñido en diferentes colores, denominados “Guainecos” o “pampanilla” que les cubrían el vientre, los genitales y los glúteos, y que se ataban con un cordel de hilo a la cadera, algunas veces adornados con cuentas cerámicas o piedras horadadas y talladas.

…“pero las mujeres que son doncellas e no ha conocido varón, e para que conozca su virginidad hacen así. Traen las bragas como las otras mugeres y echale al cuello una cuerda, y los cabos della tómanlos delante e crúzanlo en la boca del estómago, y desde allí el uno va a se atar al hilo de la cintura en el lado izquierdo o cadera, y el otro en la cadera e hilo mesmo de la cintura …-Y luego a la inversa-…y es tan cierta señal de ser virgen la moza o mujer que esta insignia trae, que indubitadamente ninguna otra la trae” (Arcaya,1953)

La importancia de la virginidad, en esta sociedad, refleja el tratamiento y el papel de la mujer como objeto de intercambio. Su virginidad antes del matrimonio, era garantía, para la sucesión, en función de mantener el poder y control ante el resto de las tribus que iniciaban una especie de confederación en torno a un cacique principal y sus descendientes (el Manaure o Diao), igual de importante debió serlo, para ocupar lugares preponderantes en dicha sociedad. Ello implicaría igualmente que, en la formación de la mujer se ahondara en el desarrollo de destrezas tales como el aprender a cocinar, elaborar piezas artesanales de cerámica, cestería y el hilar y tejer (procesando el algodón silvestre que se encuentra en la llanura coriana), para elaborar “maures” (telas o mantas) además de aprender a cultivar la tierra, actividades claves para asegurar el sustento familiar y de la propia tribu, según fuera el caso o responsabilidad adquirida y según su posición en la jerarquía cacical. Una actividad vital, especialmente, para períodos de guerra.
Este proceso no suele estar explícito en las narraciones de los “viajeros de indias” como bien describe a los cronistas y a los conquistadores el historiador Germán Carrera Damas, se extrapola de los textos donde se refieren situaciones o hechos que ilustran donde estaba colocado el papel de la mujer en las tribus aborígenes de la región, pero especialmente de los objetos que se encuentran en los museos locales.
Refiere Cey, (Lovera, obr. Cit) que las mujeres caquetías eran muy limpias y, a su juicio, más hermosas que los hombres, amigas de bañarse o lavarse constantemente, en especial durante su período menstrual o al momento inmediato después del parto, lo cual debió llamarle poderosamente la atención ya que en Europa el baño no ha sido muy cotidiano, ni aun ahora, en algunas localidades de dicho continente. Se trataban el cabello con hierbas, raíces y tierra para hacerlos cada vez más negros y se tejían dos trenzas al lado de las orejas, adornándolas con hilos de colores, enrollándolos luego en la parte alta o atrás de la cabeza. Refiere que todas llevaban collares de hilo vegetal con cuentas blancas y rojas – de barro- y piedras que se colocaban en el cuello, la muñeca y los tobillos. Se solían perforar las orejas y se colocaban gruesos colgantes de oro y collares en forma de ranas o águilas que solían usarlas en fiestas o ceremonias (que desaparecieron tras la conquista). Solo vestidas, por supuesto, con el Guaineco, tejido en colores brillantes y múltiples.
Los cuerpos solían cubrirlos con la tintura del bejuco de la Arrabidea chica M.B.K. para protegerse del sol durante las largas jornadas de labor o camino y también, como afrodisíaco para el amor, pintando también al compañero como parte del ritual del matrimonio o para agradar a la pareja, lo cual le daba a la piel un color almagre o rojo intenso y un fuerte olor. Igualmente la mujer se practicaba el tatuaje “pintándose diferentes labores o figuras” que luego tomaban una coloración verdosa. Formando todo ello parte de los rituales de embellecimiento a los cuales se sometía la mujer caquetía para lograr una plena aceptación en su sociedad. Estas acciones para el acicalamiento, narrada por Cey y otros cronistas indianos, dejan implícita que dicha sociedad establecía claros y específicos cánones de comportamiento a la mujer, sujeta a las condiciones que los padres o el marido le estableciera en la relación con la tribu.

La mujer Caquetía y el poder.
La mujer actuaba como reproductora de esas bases y queda explicita en el relato que ofrece Ampiés, fundador de la ciudad de Santa Ana de Coro, sobre su negociación con el Manaure. Aprovechando la coyuntura de haber comprado en Santo Domingo a una hija y un yerno del Diao, Cacique de Hurihurebo, así como de una hermana de éste último, provenientes de la península de Paraguaná, de donde fueron raptados por tratantes de esclavos, el factor los regresa a su tierra. De esta situación podemos apreciar varios hechos: que la compañera de este cacique, ocupante de un espacio territorial importante de la Península, con una alta producción salina fuera una hija del Manaure, es indicativo del papel sellador de la mujer en pactos de vasallaje como los antes descritos. Por otro lado, al ser estos familiares devueltos al Cacique Manaure, dio pié para establecer la relación de negocios y amistad entre el Diao y el factor español. Lo cual revela también, la alta significación de la familia para los caquetíos, quienes agradecidos por el gesto, mantuvieron los pactos acordados de palabra, al punto de aceptar la religión y el “legalizar” los matrimonios con la mujer principal, tal cual realizaron Manaure, luego llamado Martín, y toda su familia. El papel de una mujer principal queda subrayada al conocerse, años más tarde, a través de Nicolàs Federmann, quien refiere una conversación con una aborigen y que a todas luces el historiador Arcaya la identifica como la hija del Manaure, quien le explica la función que debió tomar a su regreso luego de ser regresada de Santo Domingo por Ampiès: “mover los naturales a favor de los españoles”. Solo una mujer de una condición social alta, en esta sociedad cacical jerárquica como la caquetía, estaba en condiciones de realizar tal acción.
De este episodio, Billa Torres Molina recrea en una crónica novelada la vida de Manaure, el Diao y de su hija, que la periodista denomina con el nombre de Judibana. Es un nombre ficticio, no hay referencias del nombre aborigen de esa hija del Manaure, solo se indica que fue cristianada con el nombre de Juana y su marido, el cacique de Hurihurebo como Fernán García. La obra, que ha creado todo un mito sobre la bravura y protesta de la mujer caquetía por el rapto sufrido y posterior esclavitud, fue para la escritora veleña “una estructura histórica que no pretendía ser científica y que fue posible gracias a la obra del eminente coriano Pedro Manuel Arcaya”, según lo deja expresar en la introducción de la Crónica Manaure el Diao, editada en 1994.

Referencias Bibliográficas
Arcaya, Pedro Manuel (1953) Historia del Estado Falcón. Tomo Primero Primera
Parte- Época Colonial. Tipografía La Nación. Caracas.

Escalante, Nancy (2009) El concepto histórico del cuerpo femenino entre los
Cacicazgos de la tradición cultural Valencia. (1200-1500 A. P.) Venezuela.
International Journal of South American Archaecology. USA

Lovera, José Rafael (1994) Relación de Viajes de Galeotto Cey. Biblioteca Nacional.
Fundación Banco Venezolano de Crédito. Embajada de Italia. Colección V
Centenario del Encuentro entre Dos Mundos.

Morón, Camilo. (2007) Manaure. Al Filo de la Eternidad y el Mito. Ensayo de
Etnohistoria. ULA. UNEFM, INCUDEF. ALCALDIA DE PETIT.FONDO MIXTO
ESTATAL.

Torres Molina, Bhilla (1994) Manaure, El Diao. Ateneo de Coro. Colección de
Autores y Temas Falconianos. 2da. Edición. Coro.

Vargas, Iraida (2007) Las Mujeres artesanas y la reproducción de la ideología tribal,
de la etnicidad y de la identidad a través de la alfarería. Ponencia. VI
Encuentro de Investigadores de arqueología y Etnohistoria. Instituto de
Cultura Puertoriqueña. En Revista Venezolana de Estudios de la Mujer.
Diciembre.

1 comentario:

  1. excelente Blog, muy agradecida. Soy historiadora y aprecio este esfuerzo que compartes. Gracias!

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